Preguntó desde el rincón del sofá café donde abrazaba mis piernas,
cual niño aferrado a su mejor juguete, como niño que no quiere prestar su juguete,
¿te dormiste? preguntó en voz bajita.
No - no podía hacerlo yo, intentando encontrar una buena puta razón para no abrazarlo también. No existía. - estoy cansada, pero no puedo dormir. Mentí.
Él dijo que amaba como lo besaba, y no dejaba de besar cada centímetro de mi piel,
jamás me había sentido tan desnuda, jamás me faltó tanto la ropa.
El dijo que le gustaba mi voz intentando imitar una llamada erótica,
pedía que le regale mis más sinceros orgasmos, mis quejidos, mis caricias.
Pero yo soy una diosa.
Muchos sentimientos, pocas palabras.
Estaba pensando en el momento en que te irías,
en el instante donde te pondría la mejilla y no mis labios.
Calculando las palabras que salían de mi boca en aquella sala.
Tú y yo, desnudos, tu piel, mi piel, tú, cariño, yo, ausente.
Tu cabeza en mi pecho, los mails que tengo que responder mañana,
tus manos sujetando las mías, paralizando mi falso intento de huir de ti,
la rutina que debo hacer en el gimnasio,
el hambre de ser tú mismo sin reprimir las ganas,
los pagos que debo hacer por la tarde,no.
No puedo.
Lucho para huir de tu lado, pero tú dominas mis sentidos, está bien ganaste hoy.
Pero mañana seré yo.
Perdóname si yo te quiero así, entregándote a fantasías de 2 horas, dos copas de vino, y una caricia en la cabeza, como aquel niño que cumplió su tarea.
No queda más para dar que no haya dado ya.
Y el miedo, y la prisa, y el trabajo y el amor.
¡Pum!
Sujetas mis brazos, me envuelves, tocas mi parte trasera y vuelvo a ti.
¿Te dormiste? Porque ahora vas a dormir conmigo - Susurra él en mi oído.
Y yo sonreí.