Sus negras alas llegaban al piso,
se arrastraban por las baldosas viejas en cada paso que daba,
en cada camino que recorría, en cada lugar que visitaba.
Observaba en silencio la enorme armadura que llevaba,
me perdía en los detalles dibujados en su pecho,
me recordaban la primera historia que él me contó.
Dejo que me hable.
Endulza mi alma con palabras gastadas,
no he intentado explicarle que no soy su amor,
sin necesidad de callarlo, sigo escuchando.
Se parece a mi.
Rozo su curiosidad con historias a medias,
empieza a sentirse cómodo, decide quitarse el antifaz,
nos vemos frente a frente.
Escoge con cuidado cada palabra que me dice,
mide mi sonrisa, pregunta si estoy bien, si estoy.
Soy un reto para su ego,
un premio para su juego,
indomable para su lastimado corazón.
Se parece a mi.
Mis ojos lo siguen cuando se aleja de la habitación,
me trae contento una copa de vino,
ya conoce mi favorito.
Comparto mi piel con sus sábanas,
mi sudor con sus ganas,
mi respiración con sus sentidos.
Alboroto su mente, sin permiso,
atrevida, sinvergüenza, con derecho.
Su comodidad me invita a vernos la semana que viene,
pregunta sin reparo: ¿nos vemos otra vez?
Asiento con la cabeza, le digo que puede ser.
En mi mente retumba una solo idea.
¡Demonios! Se parece a mi.
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